Eso se debe a que
espiritualmente se considera que países con costas son los lugares
donde se manifiesta este orixá. Las costas, lugares donde las
extensiones de arena y playas son el marco de un país, es el lugar
elegido por Oxalá mozo para tener hijos “elegún”.
La historia
nos cuenta que las naciones que llegaron a Brasil introdujeron a las
culturas allí vigente una nueva forma de interpretar la vida. Estas
nuevas tradiciones, al paso de los años, se arraigaron en el
sentimiento popular e ingresan libremente sin importarles fronteras
geográficas, pues la espiritualidad no las posee.
El nombre en
África es Oxanguiá y en América del Sur se le conoce como Oxalá
mozo inclusive la “x” no pertenece a la fonética yoruba, sino
que pertenece a la portuguesa. Es así que su nombre se escribirá en
yoruba con una”s” con un punto debajo para darle la misma
pronunciación al igual que todas las “x” que aparezcan en los
nombres de los orixás africanos.
Oxanguiá es hijo de Oxalufá. El nació
en Ilé Ifé mucho antes de que su padre se transformara en el rey de
Ifan, una ciudad más al norte e Ifé. Oxanguiá era un valiente
guerrero que deseaba como todos los guerreros de su época tener su
propio reino. Decidió lanzarse a la aventura y lo hizo acompañado
de su amigo Awoledje. Tenemos que decir que Oxanguiá aún no tenía
ese nombre. Es entonces que llegó a un lugar que conquistó, llamado
Ejigbo y fue coronado “Rey Elejigbo”.
Oxanguiá tenía un antojo muy grande
que era comer mandioca pelada, es un especie de batata de donde sale
la fariña de mandioca conocida en África como iyan y en Brasil como
inhame. Llámese como se llama en cada país, Oxanguiá comía en
todo momento la mandioca. Es así que inventó el mortero para que se
prepara su plato favorito.
Los otros orixás impresionados por su
actitud le pusieron el apodo de Oxanguiá cuya traducción es: orixá
comedor de mandioca o inhame. El amigo de Oxanguiá, Awoledje, que
era un gran babalao, le dijo que debería hacer un ofrecimiento a los
orixás dueños del lugar, que consistía en dos ratones de tamaño
medio, dos pescados que nadaran majestuosamente, dos gallinas cuyo
hígado fuese bien grandes, dos cabras cuya leche fuese abundante,
dos bolsas de caracoles y muchos paños blancos. Todo esto le
depararía que la ciudad fuese poderosa y poblada con muchos
habitantes.
Oxanguiá cumplió al pie de la letra
todo lo mandado por su amigo el babalao, quién partió a nuevos
lugares, y como él lo había previsto, así ocurrió. La pequeña
ciudad se transformó en una gran ciudad fortificada y amurallada,
con un próspero comercio y su rey Elejigbo vivía rodeado de sus
mujeres y sus servidores y el pueblo cantaba canciones que le
indicaba como el gran guerrero y el gran estadista que trajo la
prosperidad al lugar.
Cuando se hablaba en su nombre, se
había prohibido decir Oxanguiá pues era considerado una gran falta
de respeto y se le decía Kabiyesi que significa en yoruba “su
majestad”. Pasaron algunos años y su amigo el babalao Awoledje
volvió, por supuesto que desconociendo la prosperidad y el progreso
de su amigo y además la prohibición por la cual no se le llamaba
más por el nombre que le conocía, sino por el de Kabiyesi, y
ocurrió lo inevitable. No bien Awoledje ingresó a la ciudad se
acercó al palacio preguntando por “el comedor de mandioca”. Los
guardias, llenos de rabia por la falta de respeto del forastero, lo
prendieron y lo llevaron preso a la peor de las celdas, en el sótano
del palacio.
Antes de llevarlo preso fue paseado por toda la ciudad y
todo el mundo le daba de azotes con una varas. Una vez preso, el
babalao lanzó una maldición: las mujeres de la ciudad por siete
años no podrían tener hijos, los campos no tendrían pasto para dar
comer a los caballos del rey y no llovería por siete años.
Elejigbo, cuando comenzaron a ocurrir todas estas cosas, desesperado
consultó a otro babalao y éste le dijo: “Kabiyesi, toda esta
infelicidad que ocurre se debe a que un babalao amigo tuyo está
prisionero. Debes liberarlo inmediatamente y lograr que te perdone”.
Así lo hizo y el babalao, su amigo, lleno de resentimiento se
internó en el monte. Hasta allí tuvo que ir Elejigbo a pedirle
perdón. Después de varios ruegos, el babalao asintió y pidió que
la gente de los barrios de Ejigbo fueron a cortar trescientas varas y
los habitantes de cada barrio se golpearon hasta que las varas se
rompieron.
Por eso en las ceremonias de Oxanguiá,
Oxalá Mozo en Bahía y en todos los demás lugares, incluyendo la
ciudad de Ejigbo cumplen con este acto en el que lógicamente no
llegan a romper las varas contra los otros sino que se golpean
levemente y luego comen mandioca pelada o en forma de pirón en honor
de Oxanguiá. Luego de eso es hace presente el orixá y baila con la
energía de un guerrero, teniendo en su mano un mortero, su símbolo
y su invento gastronómico.
En África, en la ciudad mencionada, en
época de la fiesta hacen que las varas sean consagradas para golpear
el suelo para alejar los muertos y piden a Oxanguiá que reine la paz
y la abundancia en la ciudad o en la casa de religión en nuestro
país, pidiendo que llueva regularmente.
Los axés del orixá son traídos del
templo por los babalaos hasta el palacio del actual rey y se dejan
por un tiempo, luego los llevará el propio rey al templo que existe
en el medio del monte, donde le ofrecerán fuentes de
maderas,”gemelas” con mandioca y frutas, que serán comidas en el
templo en comunión con el dios y los asistentes.
Algo muy similar ocurre en nuestro
batuque al comienzo de la fiesta de Oxanguiá, Oxalá Mozo. Un día
antes de la fiesta se limpia a todos los participantes con las varas
de membrillo, alejando los malos espíritus y logrando la
tranquilidad para todos. Luego se realiza el ebó ofrenda de animales
para el orixá para finalizar comiendo el pirón, comida ésta que se
realiza el mismo día del ofrecimiento de los animales para los
orixás, hecho con fariña de mandioca y pollo.
Las ceremonias son parecidas pero
cambiaron algunas cosas. Esto se debe a las exigencias sociales o
culturales del medio en que se realizan.
Esta es la historia de este orixá que
en este mes de octubre y durante treinta años se festeja durante la
semana del 20, pues este es el día que se recuerda como el de la
liberación.
Oxanguiá u Oxalá mozo también
conocido por Moquéxe se divide en tres clasificaciones: Dakún,
Bokún, Lokún, indicando que estos Oxalá pertenecientes al grupo de
los jóvenes o niños, hijos de Oxalufán, los jóvenes guerreros
vienen al mundo para ayudarlo a mejorar día a día.
Dentro de las naciones africanas que
conforman el batuque, Oxalá mozo se viste de blanco; en su ciudad,
Ejigbo, también es su color. Una característica importante es que
cuando se manifiesta en sus hijos, su danza es la de un joven
guerrero y como los Oxalá viejo(Oxanlumfá, Obatalá u Orixanlá) en
el momento que se toca el Aluyá de Xangó, salen de la rueda y no
participan de dicha danza.
La leyenda dice que Xangó abandona a
Oxalá en un momento difícil en el que no podía andar pues tenías
sus miembros quebrados. Xangó se aleja tentado por el olor de su
comida preferida y Oxalá cae de rodillas. Y es Ogún quien carga con
el y lo salva. Los Oxalá jóvenes (mozos) en respeto a su padre
también cumplen con salir de la rueda y no bailan el Aluyá.
Tienen dos días importantes dedicados
en la semana: uno el miércoles y otro del domingo que comparte con
el padre.
El miércoles lo comparte con Xapana. No debe confundir con
el dueño de la visión y los caorís (buzios), Ifá o Orumilaiá,
otra clasificación de Oxalá, pero en este caso más, cercano a
Oxalufá (viejo).