Ángela camina apurada, a
final de cuentas ya es casi media noche, acababa de salir de la
facultad y estaba cansada.
No era fácil levantarse
muy temprano para ir al trabajo, almorzar muy de prisa, aguantar un
jefe intransigente y al final del día ir para la facultad en busca
de la realización de su gran sueño: recibirse de abogada y así
poder ayudar a las personas más humildes defendiéndolas, luchando
por sus derechos tan faltos de respeto en función de su condición
social.
Todas las noches ella
cumplía ese ritual de descender del colectivo y caminar en dirección
a su pequeño departamento, lo ideal sería poder pagar un taxi, más
ése era un lujo que ella no se podía dar, por lo tanto, no le
quedaba otra opción que hacerlo caminando.
Estaba ahora en la parte
más difícil del trayecto justamente al frente del cementerio.
Por más que se esforzase
siempre sentía un escalofrío al tener que pasar por allí.
Ésta noche
particularmente los escalofríos parecían aumentar.
Agudizó sus oídos pero
no notó nada de diferente, una pequeña garúa insistía en caer.
Ella camina más de prisa,
esfuerza la vista y nota que en el portón del cementerio un hombre
está parado aparentemente muy absorto en sus pensamientos.
Por un momento Ángela
vacila, piensa en volverse, más eso sería prácticamente imposible.
¿Volver hacia dónde?
Descendió del último colectivo de la media noche, ya no había
otro.
Disminuye su andar,
observa mejor al sujeto de la puerta del cementerio, percibe que está
muy bien vestido: sobretodo negro, sombrero del mismo color, está
fumando y muy quieto en ese lugar. No parece ser un mal elemento.
Resuelve continuar en su
dirección, al llegar a la puerta del cementerio su corazón parece
que se le va a salir por la boca, sus piernas tiemblan y no le
obedecen, respira profundo y continúa…
En ese instante el hombre
le hace una reverencia con una leve inclinación de cabeza y le
pregunta la hora.
Ella siente que no le debe
temer.
Pensó, debe ser alguien
que también está de regreso del trabajo, tal vez vino a visitar la
tumba de algún ser querido y se le hizo tarde.
¡Media noche! Le contestó
ella más curiosa que temerosa.
El hombre le agradece la
información y pasa a caminar al lado de ella, comenta que es del
interior, habla de la noche, de las personas de la ciudad tan frías
e impersonales, habla de la necesidad de que las personas se tornen
más solidarias en éste mundo.
Ella observa con atención
y concuerda con aquellas palabras, al final, ella sabe bien lo que es
venir del interior, sin conocer a nadie, enfrentar la ciudad y tratar
de vencerla.
Al seguir caminando dejan
atrás el portón del cementerio.
El hombre le pide a Ángela
que continúe en su lucha sin miedo de enfrentar las dificultades de
la vida, la incentiva a que se prepare bien para amparar a aquellos
que claman por justicia.
Ángela se preguntaba cómo
éste hombre sabía que ella ansía poder defender a los menos
afortunados.
Él le sonríe, mira para
atrás y le llama la atención a ella de una pequeña luz que viene
de adentro del cementerio.
Ángela le confiesa que
pasa por allí todas las noches pero que jamás mira para adentro.
Él se asombra y argumenta
que eso no tiene sentido, pues el mayor peligro está en las calles
del mundo de los vivos y no allí dentro del cementerio.
Ángela es obligada a
concordar con el extraño, nunca había pensado en ese asunto.
Evitaba el cementerio pues la idea de la muerte la asustaba, pero
sabía que en el fondo el extraño tenía razón.
En ese instante el viento
se lleva el sombrero de su nuevo amigo. Él le sonríe y le pide a
ella que lo aguarde pues precisa buscar su sombrero.
Ni un minuto pasa cuando
ella escucha sirenas de la policía viniendo en su dirección.
Procura por su amigo y no
consigue divisarlo.
Los policías pasan por el
lado de ella y frenan bruscamente, Ángela estupefacta se queda
estancada.
Desde los coches de la
policía disparan tiros, desde atrás de los coches también, desde
adentro del bosque, entre los árboles alguien también tira
disparos, pero, el que dispara desde el bosque es alcanzado por una
bala y cae mortalmente herido.
Los policías corren en
dirección a ella y le preguntan si está todo bien.
Ella todavía atolondrada
dice que si y pide explicaciones sobre lo ocurrido.
Un joven policía le dice
que estaban pasando por la puerta del cementerio cuando un hombre con
un sombrero les avisó que un marginal estaba escondido en el bosque
para atacar a una joven que acababa de bajar del colectivo.
Después de esto el hombre
del sombrero entró en el cementerio y desapareció.
Ante la duda los policías
resolvieron averiguar y constataron que Ángela se acababa de salvar
de un terrible ataque gracias a ese hombre desconocido del sombrero.
A esta altura nuestra
amiga llora, no sabe qué hacer, los policías le proponen llevarla a
su casa, antes deciden verificar quien era el tal sujeto que le
salvara la vida.
Se dirigen a la puerta del
cementerio, todo parece desierto y calmo, solamente una pequeña luz
trémula, deducen que es de unas velas encendidas.
Resuelven aproximarse y
verificar y ven velas rojas y negras encendidas, una garrafa de caña,
habanos y una pequeña estatua de un hombre de negro con sombrero en
la cabeza.
Ángela nota la semejanza
entre la estatua y su amigo misterioso que le salvara la vida.
Se aproxima, parece que la
estatua está sonriendo para ella, mira hacia la base y consigue
leer: “EXÚ CAVEIRA”
Ángela recuerda las
palabras del extraño y se da cuenta que no la engañó, realmente
era del interior ¡Interior del cementerio!
Tanto ella como los
policías oyeron nítidamente una sonora carcajada, salieron
apresurados, nadie habla, más comprendieron todo.
Noche tras noche, hasta
recibirse de abogada Ángela pasa por el cementerio sin miedo,
respetuosamente y con la certeza de estar amparada para siempre y
convencida de que su misión en la tierra era mucho mayor de lo que
ella suponía.
Nunca más vio a su amigo
pero siente su presencia, siempre que puede le lleva velas, habanos,
caña y sigue sus sabios consejos por toda su vida.
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